miércoles, 13 de julio de 2011

LA SILLA VACÍA

Todos miraban la silla vacía, la que a gritos reclamaba la presencia de su dueño. No era difícil adivinar que le había ocurrido a Juan.
Una semana antes, su maestro de ingles lo había sorprendido jugando con sus compañeros de clase en el salón tirando papeles arrugados como pelotas de beisbol y aviones que transportaban el mensaje de… ¡Rompamos la monotonía del silencio! Para los demás compañeros de clase no había problema, pero para Juan sí, porque él era el niño problema de la clase, que aunque repitente, poco llenaba las expectativas de los maestros del curso.
Ese mismo día, martes a la sexta hora, donde el cansancio y el hambre se apoderaban de los chicos del colegio, luego de un día de oír una y otra vez las mismas voces de los maestros quienes repetían el discurso que todos los años daban al grado 8B y que para Juan era difícil hallar algo nuevo. Esto era lo que él sentía cada vez que sus maestros se retiraban uno a uno de las clases con 8B.
-¡Saquen el cuaderno, escriban y hagan silencio!- Era la frase persistente de cada maestro al entrar al salón de clases. Y ni que decir la frase tan temida por todos, en una semana será el examen de todo lo visto, siempre con un tono que anunciaba el desastre total.
-Hagan cincuenta ejercicios y cuidadito con hacer trampa- decía el profesor Eduardo, el más temido por todos por ser el profesor “cuchilla” del colegio.
-Estos jóvenes de hoy en día no quieren nada- agregaba el maestro. A lo que Juan añadía en su voz interior
-Más bien que le pasara al maestro Eduardo, que no ha cambiado en nada. Todo es igual, hace nueve años. Bueno, hace ocho años, porque de pequeño en preescolar podía jugar, reír y construir castillos de arena en el Viejo parquecito de mi escuela. Recuerdo a mi maestra Raquel, ella era alegre. Me abrazaba cuando el recuerdo de mi madre ausente venia a mi memoria, seguido de un llanto desolador. Quizás era en ese momento cuando ella se detenía a mirar mis manitos con moretones los que me anunciaban otro golpiza de papa. Desde que mama murió todo era dolor y tristeza, pero ella, mi maestra Raquel, me hacia olvidar un poco mi desolación.
Por eso Juan se seguía preguntando, por que los demás maestros no eran como ella, como su profesora Raquel.
-Han pasado ocho años y todo sigue igual con papa y los maestros.-Era la idea que le daba vueltas una y otra vez. Ummm! Pero lo peor está por venir.
Y dicho y hecho. Juan fue llevado ese martes a la sexta hora a coordinación, para ser juzgado y sentenciado de una vez y para siempre. Por fin ya no volvería a ser la tortura de sus maestros. Aunque lo peor era saber que no estaría más en el colegio con su amigo Pipe. Él era el hermano que nunca había tenido. Era su amigo del alma con quien aprendió el valor de la amistad, un día en que la maestra los dejo sin recreo.
-Eso es injusto! Porque Juan no estaba haciendo indisciplina.- Alegaba Pipe, pero de nada valía, porque los maestros solo entendían que Juan era el chico problema de la clase de 8B.
Esto era lo último que recordaría Juan en su paso por la escuela. Su profe Raquel y la mirada de Pipe que le decía:
- Sabes que tienes un inmenso valor, aunque los demás nunca lo sabrán.
Juan miro el horizonte. Sabía que lo único que le quedaba era la soledad de la calle, lugar de donde jamás volvió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario