El pasado domingo que salí a montar en bicicleta, siendo casi las 7 de la mañana, por poco me tropiezo con un indigente que escarbaba impaciente dentro de una bolsa negra llena de basura. De allí sacaba una suerte de alimento, que luego se llevaba a la boca con ambas manos, de manera salvaje.
Conmovido, di gracias a Dios por todo lo que tengo y que escasamente valoro, y elevé una oración por quienes se encuentran en situación de calle. Escenas como esta, por crudas que parezcan, dejaron de sorprendernos y hacen parte de nuestra cotidianidad, hasta el punto donde rayan el repudio y la indolencia.
Estoy seguro, amigos lectores, que ustedes cuando tienen hambre o les ataca la gula, lo resuelven abriendo sus neveras o sacando plata de sus bolsillos para comprar algo de comer. Pero hay testimonios de familias que se la rebuscan para prepararse una sopa de hueso (servida en periódicos o cartones), el mismo que pueden hacer rendir para tres, cuatro y hasta cinco días. Casos menos extremos pero igual de preocupantes hay en cantidad, donde miles de personas tienen que sortear su día, con la potencia que les proporciona una sola comida.
Un estudio reciente de la Escuela de Nutrición y Dietética de la Universidad de Antioquia, revela el grave problema de seguridad alimentaria que vive nuestra ciudad: el 60% de la población tiene hambre. Me cuesta creerlo, entre otras, porque antepongo mi bienestar al de los demás y fácilmente olvido la ciudad que yace oculta tras la opulencia, la competencia, el consumo desmedido, el egocentrismo y la falta de humildad.
La lectura de dicho informe, aunque no es igual para todas las comunas, evidencia que la inequidad es el pan de cada día. Mientras en El Poblado la inseguridad alimentaria es del 2%, en Manrique alcanza el 80%.
Entiendo que el hambre obedece principalmente a la falta de oportunidades, sobre todo, de esas 16 mil personas desplazadas que llegan cada año a la ciudad, y de tantas otras miles que sobreviven del subempleo y del rebusque, donde muchas, cansadas de luchar, caen rendidas a engrosar los crecientes cinturones de miseria.
Aunque el hambre también es producto de una inadecuada dieta o de trastornos psicosociales, abogo aquí por las personas que padecen de física necesidad, que se levantan con el anhelo de comer dignamente y no pueden hacerlo porque no tienen con qué.
Ciega, sorda y muda, ante tal desamparo, la Administración de esta "tacita de plata" está enfocada en resolver la seguridad y la movilidad, permitiendo que estas penurias, iguales o peores de graves, se "atiendan" desde la intuición; es decir, sin estrategia y sin recursos, a un costo social altísimo.
Para atacar el problema, escuché una idea interesante del concejal Miguel Andrés Quintero Calle : sacar provecho de las zonas rurales de la ciudad y sus corregimientos, e implementar proyectos sostenibles y productivos que permitan que a esas personas les llegue un sustento mínimo de alimento. Tristemente es solo una idea. El infierno está lleno de buenas intenciones.
Lograr cambios al respecto, requiere del compromiso indeclinable de actores privados, públicos, del tercer sector y desde luego de civiles. Admiración y reconocimiento para los Aguapaneleros de la Noche.
Conmovido, di gracias a Dios por todo lo que tengo y que escasamente valoro, y elevé una oración por quienes se encuentran en situación de calle. Escenas como esta, por crudas que parezcan, dejaron de sorprendernos y hacen parte de nuestra cotidianidad, hasta el punto donde rayan el repudio y la indolencia.
Estoy seguro, amigos lectores, que ustedes cuando tienen hambre o les ataca la gula, lo resuelven abriendo sus neveras o sacando plata de sus bolsillos para comprar algo de comer. Pero hay testimonios de familias que se la rebuscan para prepararse una sopa de hueso (servida en periódicos o cartones), el mismo que pueden hacer rendir para tres, cuatro y hasta cinco días. Casos menos extremos pero igual de preocupantes hay en cantidad, donde miles de personas tienen que sortear su día, con la potencia que les proporciona una sola comida.
Un estudio reciente de la Escuela de Nutrición y Dietética de la Universidad de Antioquia, revela el grave problema de seguridad alimentaria que vive nuestra ciudad: el 60% de la población tiene hambre. Me cuesta creerlo, entre otras, porque antepongo mi bienestar al de los demás y fácilmente olvido la ciudad que yace oculta tras la opulencia, la competencia, el consumo desmedido, el egocentrismo y la falta de humildad.
La lectura de dicho informe, aunque no es igual para todas las comunas, evidencia que la inequidad es el pan de cada día. Mientras en El Poblado la inseguridad alimentaria es del 2%, en Manrique alcanza el 80%.
Entiendo que el hambre obedece principalmente a la falta de oportunidades, sobre todo, de esas 16 mil personas desplazadas que llegan cada año a la ciudad, y de tantas otras miles que sobreviven del subempleo y del rebusque, donde muchas, cansadas de luchar, caen rendidas a engrosar los crecientes cinturones de miseria.
Aunque el hambre también es producto de una inadecuada dieta o de trastornos psicosociales, abogo aquí por las personas que padecen de física necesidad, que se levantan con el anhelo de comer dignamente y no pueden hacerlo porque no tienen con qué.
Ciega, sorda y muda, ante tal desamparo, la Administración de esta "tacita de plata" está enfocada en resolver la seguridad y la movilidad, permitiendo que estas penurias, iguales o peores de graves, se "atiendan" desde la intuición; es decir, sin estrategia y sin recursos, a un costo social altísimo.
Para atacar el problema, escuché una idea interesante del concejal Miguel Andrés Quintero Calle : sacar provecho de las zonas rurales de la ciudad y sus corregimientos, e implementar proyectos sostenibles y productivos que permitan que a esas personas les llegue un sustento mínimo de alimento. Tristemente es solo una idea. El infierno está lleno de buenas intenciones.
Lograr cambios al respecto, requiere del compromiso indeclinable de actores privados, públicos, del tercer sector y desde luego de civiles. Admiración y reconocimiento para los Aguapaneleros de la Noche.
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